miércoles, 8 de septiembre de 2010

Palabra de Shlomo Avayou, amén.


Basten las siguientes palabras del gran poeta hebreo Shlomo Avayou, fragmento de su poema Oración, para dar algún ápice de sentido a este pequeño artículo que hoy escribo más como desahogo que como empeño personal en un puro y bondadoso acto en el que compartir impresiones con ustedes.

(…)Y si muero antes de confesarme,
decídselo a nuestro tenebroso padre.
De todos tus obedientes, hipócritas, hijos,
ningún amor como el mío, el de tu hijo rebelde.
Ningún amor.

Y es que soy consciente de que en ocasiones nos podemos mover por terrenos fangosos y tenebrosos, donde la aparente humildad y entrega esconde un azaroso interés pocas veces entendible, hasta –claro- el momento de la confesión ante nuestro más que perverso y tenebroso padre. Y con padre no vengo a referirme a la relación filial de ningún ser humano frente a otro, más bien hago una referencia clara a esa constante presente en nuestras vidas, llámenlo naturaleza, destino, dios, o como bien prefieran. Y es que el ser humano a veces resulta tan ruin y mezquino que sólo utilizando el mal pensamiento podemos llegar a la cordura de las palabras e intenciones de los demás. Puede que se deba a que el ladrón cree que todos son de su condición, tanto en un extremo como en el otro, y de esto tan culpable es el que levanta la espada de Damocles como el que pasivamente se coloca bajo el filo de la misma. Y es que los favores no se hacen porque sí o porque también. Para todo hay motivos, señores, y “si usted no está a gusto en el sitio en el que pone sus posaderas, que sepa que en mi sofá el cojín es mullido y está relleno de la mejor de las plumas de oca”. Y yo digo, gracias a dios (si es que existe) que se inventaron los contratos editoriales. Por eso, ¡oh padre! ningún amor como éste el de tu hijo, el rebelde, el que el mundo terminará convirtiendo en hipócrita.
Amén.

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