sábado, 4 de septiembre de 2010

¿Blasfemo o cuerdo? ¿Esa es la cuestión?



Soy consciente de que quizás no sea este el mejor momento para divagar sobre nada en concreto, sobre todo después de regresar de un viaje relámpago desde Cádiz, donde anoche presentamos el poemario "Al cerrar los ojos" de Luis García Gil, no en la tacita, sino en Sanlúcar de Barrameda, con el apoyo incondicional del Ateneo de la ciudad y su presidente Manuel Reyes, y de mi incondicional amiga Rosario Troncoso. Todo esto se traduce en un viaje de tres horas desde Granada, hasta la localidad gaditana, una casi duermevela de apenas cuatro horas, y un regreso cansado de otras tantas para llegar hoy sábado al trabajo temiendo una mañana larga y encontrarme con que los sistemas de la empresa no localizan el servidor remoto. Osea, traduciendo, la peor de mis pesadillas se hace realidad: desear un merecido descanso matutino y encontrarme frente a un ordenador que poco más que menos se ríe irónicamente de mí mientras los ojos me vencen en un paulatino esfuerzo por mantenerme al pie del cañón. No obstante he de decir, calmando los ánimos, que el refranero español, bien conocido, podría enmarcar esta pequeña aventura bajo las palabras de sarna con gusto no pica. Hace poco el poeta y escritor José Manuel Benítez Ariza escribía en su blog una breve referencia a la editorial La Compañía de Versos, y hablaba de la desazón que le producía ver los lazos de amistad que unían editorialmente a unos autores y otros bajo el sello de CVA, donde presumía unos entraban de la mano de otros, e igualmente vislumbraba esa soledad poética con la que se enfrentaba en sus primeros andares literarios con las editoras allá en los años ochenta. Y efectivamente, en parte debería de darle la razón. No ya en el hecho de que unos vengan de la mano de otros, pensamiento con el que discrepo, sino en la circunstancia de que el destino ha querido que la cartera de autores de La Compañía no sea simplemente una lista de nombres asociados a un catalogo de mercadeo de libros de distinta índole, sino una familia en la que orgullosamente unos poetas se apoyan en otros compartiendo un único deseo, fin o meta: la POESÍA. Y he aquí mi mayor orgullo como editor, conseguir que entre todos los poetas que se reúnen bajo CVA se dé fidelidad al nombre propio de la editorial, La Compañía, si bien haciendo caso a las palabras de la poeta Raquel Zarazaga el término de anónimos casi que queda relegado ya a un segundo término. Entenderán ahora, pues, la felicidad de mi viaje relámpago, pues a pesar del cansancio y de las horas de carretera el día me regaló un momento inolvidable, otro encuentro más con poetas que ya son amigos y que forman parte de esta familia que hemos formado cuidadosamente entre todos. Y ahora quizá deba preguntarme, o más bien inquirir al ordenador del trabajo que persiste en su falta de conexión remota al servidor, ¿realmente se reía con ironía en esta mañana de trabajo o me hacía un guiño cómplice como recompensa a las metas obtenidas?
No lo sé, ya decía, ahora no estoy en un momento adecuado para empezar a discernir. Y aunque empieza a despuntar el reloj ya el medio día, permítanme desearles lo que tanto ansío en este momento… unas dulces buenas noches.

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