domingo, 12 de septiembre de 2010

Los sueños de Karmelo C. Iribarren. O los míos…


Se acaba la semana, lenta y paulatinamente. Es ahora, el ahora de meditar las horas dejadas atrás y los días que comenzaron naciendo doblemente, con la semana y con un nuevo mes. Y te das cuenta que quisiste hacer esto y hacer aquello y que inevitablemente este es ya el septiembre número treinta y uno en el que el sol del verano empieza a despedirse y donde la colcha francesa que viste la cama de forja comienza a vestir los pies de uno en las noches que ya se clavan por entre las costillas buscando un resquicio de calor humano. Y así, sin más, piensas en los sueños que el poniente barre en la orilla de una playa más y, fijando la vista en el horizonte, no sabes dónde quedaron los deseos y dónde las promesas cumplidas.

Lo fueron todo
y ya los ves
ahora,

abatidos por los días
iguales,

como pasquines en los charcos.

Vivir
se reduce
a esquivarlos.

Y las palabras de Karmelo hieren la retina y aturden el alma. Vivir se reduce a esquivarlos… Y en ese pleno y vano conformismo haces que me cerciore de tu billete de avión para mañana. Te vas. Te vas y vuelves. Y en los próximos tres días, abatido, se irá todo, como pasquines en los charcos. Y yo seré más consciente aún de la puerta que me lleve al piso treinta y dos, y esperaré. Porque vivir no se reduce a esquivar los sueños. Porque los sueños son, simplemente, hasta que el amanecer me despierte a tu lado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario