miércoles, 12 de enero de 2011

Pájaros... entre las estrellas y yo.


Pájaros, cantar, cantar,
entre las estrellas y yo.
Ser como el latido
de la sangre de mi corazón.

Pájaros, mecer mi sangre,
en las copas oscuras
que aún sonroja, arriba, el sol.

Hubo también un tiempo, mucho antes Stephanie Meyer y su saga insaciable de "Crepúsculo", donde seres alados mecían la sangre de un poeta entre la tierra y el cielo. También llevaba (y lleva aún) por nombre el archiconocido "Crepúsculo". Pero este, humilde y esperanzado, se escondía delicadamente entre otras muchas hojas y escritos de su autor. Yo lo descubrí con apenas quince o dieciséis años. Lo creí incluso perdido de mi biblioteca entre tanta mudanza y tanto camino breve y largo a la vez. Pero esta mañana decidió amanecer brillante, acompañado y casi desapercibido entre "El collar de la paloma" y "La casa de Bernarda Alba". Este, que comienza mi breve texto, es el "Crepúsculo" de Juan Ramón Jiménez. Un recuerdo de una tarde de invierno de hace tantos años en el que leí en la correcta caligrafía de Juan Ramón este pequeño lamento pidiendo casi a gritos un mundo brillante por encima de la oscuridad vacía del ser humano. Es uno de los pocos poemas que he memorizado a través del tiempo. Y hoy, casi reencarnado, se me abre dichoso después de tantas alegrías y de tantas desesperaciones, sintiendo, casi dolorido, el machacado latido del poeta onubense dentro de mis propias venas. Y quizás yo, hoy, como él, me pregunte si los pájaros serían capaces de transportarme libre, por encima de las copas oscuras que dibujan los hombres, para averiguar que mis sueños siguen estando allí, bajo la sonrisa del sol, aunque la maldad de algunos sea capaz de enturbiar el canto del universo e, incluso, de cortar las alas de quienes queremos volar.