lunes, 30 de mayo de 2011

"Oxidaciones" y Zaragoza.

"Me he pasado toda la vida organizando actos para poetas y ahora que el protagonista soy yo, me siento muy pequeño". El andaluz Víctor Alija presentó ayer su poemario Oxidaciones con el que ganó el Premio de Poesía Ciudad de Zaragoza. [...] Alija, que se mostró "muy agradecido" recordó, a la vez que leía algunos de sus poemas, que cuando engendró la obra, en el año 2007, estaba "atravesando un momento de cambios".

Así me sorprendió el desayuno en el Hotel Alfonso de Zaragoza el Periódico de Aragón el pasado 29 de mayo. Creo no obstante que he de puntualizar que en el acto de presentación del premio mis palabras exactas fueron "He pasado los dos últimos años de mi vida participando en los actos y recitales de otros poetas y ahora que el protagonista soy yo, me siento muy pequeño". Creo justo y necesario hacer inciso en ello puesto que muchas de estas ocasiones son actos no organizados por mí. Punto y aparte os cuelgo este post con la satisfacción de poder compartir con vosotros el XXVII Premio de Poesía Ciudad de Zaragoza que me han otorgado con la obra Oxidaciones. Fin de semana bello, con esa sensación final de cuento de la Cenicienta (a mí el AVE se me convirtió en una calabaza una vez comencé mi regreso a Granada). Pero satisfecho con este reconocimiento a mi trayectoria profesional. Mi más sincero agradecimiento a Zaragoza y a quienes me siguen a través de mis escritos. En cuanto sepa dónde y cómo podéis conseguir el libro os lo comunicaré rápidamente. Gracias.

miércoles, 18 de mayo de 2011

Putas bocas.




Algunos creen
que sólo te quedaba
el nombre que te dieron al nacer.

Y creen
que tu piel
era el dolor adherido a los huesos.

Es tiempo de destruir
el estigma
de esa culpa que urdieron las bocas,
bocas limpias,
bocas sanas,
bocas puras,
putas bocas.

Algunos creían que sólo me quedaba el nombre, esa palabra con forma de llave antigua, de partitura para la cerradura de un arcón, de candado oxidado para la melodía del violín, el nombre… mi nombre, el que abrió el útero de la mujer para darme vida. Pero para quienes no entiendan que el nombre no es lo último que nos queda, que no es el remolino de hojas caducas y apagadas al final de un callejón, sino que es todo lo que podemos tener, la piedra firme que nos talló la vida ingenua y respondona, la vida falaz y zalamera, la vida amable y delicada, la vida colorida y despreocupada, la vida, en definitiva. Para aquellos, dije, van dedicadas estas bocas limpias, estas bocas sanas, estas bocas puras, putas bocas, que la extremeña Dulce Chacón dejó ya escritas sobre Cuatro Gotas. Porque lo que urde el ladrón bajo la creencia de su igualdad con el resto del género, no debe de ser más estigma que el de su propia muerte, muerte romántica que no literal, pero con igual, una muerte donde la cabeza no encuentre más verdad que las piedras que lapidan su extinta miopía. Pero el tiempo es sabio, aprendió de la vida mucho antes que Confucio diera sus primeros pasos, y ante el asombro estúpido de todos aquellos que creyeron la venenosa verdad del que opera sus ojos, el tiempo -solemne- escribió mi nombre sobre el cristal empañado de sus gafas, cuanto menos faltas de una buena fregada. Y resulta que quizás mi silencio alimentó la destrucción del estigma al que las bocas me sometieron durante un año. Ahora no se trata de vanagloria, pero quizás, si no quieres recordar en demasía mis letras sobre tu rostro, es hora de colgar nuevas lentes sobre tu hocico. Amén.