miércoles, 18 de mayo de 2011

Putas bocas.




Algunos creen
que sólo te quedaba
el nombre que te dieron al nacer.

Y creen
que tu piel
era el dolor adherido a los huesos.

Es tiempo de destruir
el estigma
de esa culpa que urdieron las bocas,
bocas limpias,
bocas sanas,
bocas puras,
putas bocas.

Algunos creían que sólo me quedaba el nombre, esa palabra con forma de llave antigua, de partitura para la cerradura de un arcón, de candado oxidado para la melodía del violín, el nombre… mi nombre, el que abrió el útero de la mujer para darme vida. Pero para quienes no entiendan que el nombre no es lo último que nos queda, que no es el remolino de hojas caducas y apagadas al final de un callejón, sino que es todo lo que podemos tener, la piedra firme que nos talló la vida ingenua y respondona, la vida falaz y zalamera, la vida amable y delicada, la vida colorida y despreocupada, la vida, en definitiva. Para aquellos, dije, van dedicadas estas bocas limpias, estas bocas sanas, estas bocas puras, putas bocas, que la extremeña Dulce Chacón dejó ya escritas sobre Cuatro Gotas. Porque lo que urde el ladrón bajo la creencia de su igualdad con el resto del género, no debe de ser más estigma que el de su propia muerte, muerte romántica que no literal, pero con igual, una muerte donde la cabeza no encuentre más verdad que las piedras que lapidan su extinta miopía. Pero el tiempo es sabio, aprendió de la vida mucho antes que Confucio diera sus primeros pasos, y ante el asombro estúpido de todos aquellos que creyeron la venenosa verdad del que opera sus ojos, el tiempo -solemne- escribió mi nombre sobre el cristal empañado de sus gafas, cuanto menos faltas de una buena fregada. Y resulta que quizás mi silencio alimentó la destrucción del estigma al que las bocas me sometieron durante un año. Ahora no se trata de vanagloria, pero quizás, si no quieres recordar en demasía mis letras sobre tu rostro, es hora de colgar nuevas lentes sobre tu hocico. Amén.

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